Fui egoísta, según él. Quizás, también, en mi opinión.
El problema es que en el momento, se me hizo difícil de
ver. El problema es que en el momento, me tapizó la mirada un velo de orgullo,
ira y tristeza, que hizo las veces de excusa, y me hizo ver que todos los demás
fueron crueles victimarios míos. Por supuesto, cualquier retazo de empatía quedó
anestesiado por mi soberbia. Pero la visión no es otra cosa sino la percepción
propia de la realidad; y la percepción propia de la realidad es algo que varía
de persona en persona. Pero cada persona es diferente, y lo es cada realidad.
No hay persona, y no hay realidad. Por eso, el Otro es siempre difícil de
entender.
«Eso de creerme mejor que los demás, no va conmigo», me
repetí tantas veces, sólo para descubrir, ahora, que ni yo misma me lo creía. Y
que la “yo” que descubría esa verdad era mejor que la “yo” que, segundos atrás,
la desconocía. Que, reiteradamente, crecía, maduraba y me recreaba en un acto
tan sencillo como desmantelar una sutileza.
Al final, después de pecar, descubrí que yo, era mejor que yo.